Menudo ejemplo de mujer
Extraordinaria anécdota
La madre Teresa de Calcuta —mujer que legó a la humanidad inmensas lecciones de
amor, convicción y valentía— solía atender con dedicación y diligencia a los más
indigentes de los indigentes, a quienes proveía de medicinas, alimento, techo y atención
médica, así como de genuina comprensión, cordialidad y de un inmenso amor humano. A
ella acudían toda clase de personas, desde los muy pobres hasta reyes y presidentes.
La madre Teresa no tenía oficina, personalmente atendía a las personas precisamente en
donde ella siempre se encontraba, es decir, en medio del sufrimiento de los enfermos e
indigentes que tanto amaba y cuidaba.
Un visitante inesperado
Un buen día cuando la madre atendía diligentemente a un leproso, llegó a visitarla
periodista Inglés. Recordemos que la lepra es un mal legendario que continúa haciendo
estragos en las regiones más miserables y pobres del mundo, enfermedad que tiene la
característica de ser extremadamente infecciosa así como repugnante por su olor, dado
que provoca, en los pobres seres que la padecen, que la piel se desgaje cubriéndose de
escamas y pústulas, además de lesionar y finalmente atrofiar su sistema nervioso.
Al llegar al lugar en donde la madre se encontraba y al percatarse de las terribles
condiciones en las cuales el enfermo estaba, el inglés sencillamente se sintió aterrado y
entonces, en una fracción de segundo, las náuseas y el desagrado de aquello que miraba lo
invadieron. Apenas conteniendo el vómito y sin detenerse a pensarlo atinó a decir a la
madre Teresa: “Madre, ¡yo, ni por un millón de dólares haría lo que usted está haciendo!”.
La madre, ante este inoportuno comentario, miró al inglés directamente a los ojos, en
seguida volteó hacia el enfermo para contemplarlo por algunos momentos, luego lo besó
en la frente, y fue entonces cuando de nueva cuenta fijó su profunda y penetrante mirada
en el inglés y le respondió con amabilidad, pero con gran firmeza: “¡Señor, discúlpeme,
pero yo tampoco lo haría por un millón de dólares!”. Sencillamente lo hacía por amor
Esta respuesta enseña que las personas podemos trascender al trabajo mismo al
comprender lo que verdaderamente hacemos cuando emprendemos nuestro personal
oficio con sentido y dignidad, tal vez por estas mismas razones los romanos solían afirmar
que no existen labores indignas, sino solamente actitudes indignas.
La labor que día a día emprendemos ya sea como trabajadores independientes, empleados,
patrones, empresarios, servidores públicos, estudiantes, o mediante cualquier otro oficio,
sin importar la intensidad física o intelectual con que se desempeñe, contiene
implícitamente las leyes sagradas que por sí mismas conducen a la adquisición de una
auténtica calidad de vida, esas que nos llevan directamente a la plenitud del desarrollo
personal, siempre y cuando estemos dispuestos a descubrirlas y sobre todo a practicarlas.
Es, por estas razones que nuestro oficio es un don y un instrumento —un medio— para
servir a nuestros prójimos.